No
soportaba el transporte público. La sensación de haber estado
perdiendo el tiempo mientras cambiaba el peso de un pie a otro en la
marquesina, se unía a la sensación de ir completamente
transpirada.
Eran
apenas las siete de la mañana, pero el calor en Madrid era ya
asfixiante. Que asco, me siento toda pegajosa, y me acabo de duchar.
Como no me den pronto el coche, creo que terminaré enloqueciendo.
Pensó mientras se pasaba el dorso del dedo índice por el labio
superior. Comprobó que estaba perlado de pequeñas gotas de sudor.
Puso los ojos en blanco, como maldiciendo al canalla que dos días
antes le había destrozado la puerta del copiloto y que la había
obligado a dejar a su tesoro en el taller.
Cinco
días, cinco días, se repetía a si misma como un mantra. Cinco días
y recojo el coche. Solo cinco días. Si la gente va y viene en
transporte público, yo también puedo hacerlo. Un golpe de sudor la
hizo arrugar la nariz y soltar el aire contenido con desesperación.
Imposible tío que huelas así a las siete de la mañana si acabas de
salir de casa, pensó, con toda la gana de soltárselo a bocajarro en
la cara. Cerdo!
Como
siga así, estos cinco días voy a estar de un humor de perros.
Además esta tarde tenemos que ir a la fiesta con los gilipollas del
trabajo de Adolfo. Otra vez los ojos en blanco. Deja la mente en blanco, Elena, se instó a si misma.
La
mañana se estaba torciendo por minutos. No conseguía hilar un
pensamiento optimista. Sentía como el cabreo subía desde la boca
del estomago y le hacía chirriar los dientes.
No
soporto al compañero de Adolfo... ¿como era que se llamaba? Pensó,
mientras que dirigía la mirada hacía su izquierda y ligeramente
hacia arriba en un intento inconsciente de recordar el nombre de
semejante capullo.
Desistió
porque no se acordaba y además pensar en ese baboso la ponía
todavía de peor humor. Aun recordaba la fiesta de Navidad en la que
con todo el descaro del mundo la sobo aprovechando el pasillo vacío
que había que cruzar para llegar a los baños. Recordó con amargura
la respuesta de Adolfo. Cielo... es que él es así con todo el
mundo, un poco sobón, pero no creo que lo haya echo a posta. Vamos
Cielo, no exageres... Joder! Recordar esto le ponía de peor humor
aun.
Mierda!!!!
Mi puta parada!!! ¡Joder, dejarme pasar, coño, que llego tarde! A voz
en grito se abrió camino entre los cuerpos sudorosos y apretujados.
Consiguió saltar del autobús, no sin antes arrastrar tras de sí a
una joven.
Los
papeles de su portafolio, el móvil y la mitad del contenido de su
bolso Hermes fueron a parar al suelo. El autobús cerro las puertas y
allí las dejo a las dos recogiendo las pertenencias de Elena.
Perdona,
gracias por ayudarme a recoger mis cosas, estoy teniendo una mañana
de mierda y solo ha echo que empezar. Soltó toda la frase sin
levantar la mirada mientras recogía sus cosas de aquí y de allí.
Cuando
levanto la vista, aun acuclillada, tuvo que mirar dos veces para
comprobar que los ojos que tenía enfrente eran realmente violetas.
Joder! Como los ojos de
Elizabeth Taylor.
Coño Elena que pensamiento más tonto, se reprochó a si misma.
Seguía mirando aquellos ojos, a través de las pestañas negras,
largas y rizadas que los enmarcaban.
Después
de unos segundos, logró recuperar la compostura, comprobar que
estaba todo otra vez recogido en su bolso y se incorporo. La joven la
imitó y entonces comprobó que era apenas unos centímetros más
alta que ella.
¿Un
mal día? La espontaneidad de la pregunta y la sonrisa con la que la
acompaño la pillo completamente desprevenida y balbuceo ligeramente
antes de conseguir componer una respuesta.
Si,
una mañana de mierda. Contestó apenas con un hilo de voz. No
conseguía apartar la mirada.
Siento
haber chocado contigo y haberte tirado el móvil, ¿No se te habrá
roto, no? No oyó la pregunta inmersa como se hallaba en la mirada
violácea.
Ella
no esperó más la respuesta a su pregunta y con una sonrisa se
despidió, giró sobre si misma y comenzó a alejarse. ¡Qué mejore tu día! Chillo mientras se alejaba sin girarse siquiera. Elena no se
movio, plantada en mitad de la acera con el bolso colgando en una
mano y en la otra sujetando el portafolios con todos los documentos
revueltos y sobresaliendo.
Se
sorprendió observando la figura de la muchacha mientras se alejaba.
Femenina, casi felina. Puntilleaba al caminar, elevando el cuerpo
ligeramente en cada paso. El top de seda salmón se bamboleaba al
compás de su caminar, marcando ahora un lado de la cintura ahora el
otro. Apenas tapaba el cinturón
de piel marrón
que ceñía los shorts
blancos impolutos que redondeaban las nalgas, dejando entreveer
ligeramente la unión de glúteo
y muslo.
Cuando
consiguió salir de el estado de aturdimiento, la joven se había
alejado al menos unos treinta metros. Aun podía contemplar su
espalda y el movimiento del cabello
Giró
y enfilo el paseo hasta la oficina.