lunes, 30 de abril de 2012

¿Ficción o realidad? II

Ya había estado en aquel barrio. Hacía años, pero recordaba las anchas avenidas y la sensación de que aun le quedaban muchos años para que las aceras y las calles estuvieran llenas de vida. Pero eso ahora daba igual. Sabía porque estaba allí, estaba todo claro y no quería que nada se interpusiera en ese remolino de sentimientos que amenazaba con salir de su estómago.

Isabel les había dado una oportunidad. No había otra persona en el mundo en quien ellos pudieran confiar mas que en ella. Siempre les había sido fiel. Ninguno de los tres había necesitado jamás hablar sobre lo que pasaba. Cada uno sabía como se sentían los otros dos y nunca fue necesario hablar de reglas ni de normas para que cada uno supiera como tenían que comportarse.

Así que la llamada de Isabel podría haber sorprendido a Santiago, pero no fue así. Hacía mucho tiempo que no hablaban. Algún mensaje de texto de vez en cuando, pero poco más. Aunque lo que si le sorprendió fue la escusa. Ella le dijo que le hacía ilusión enseñarle la casa y que quería invitarlo a tomar un café.

No era lo que más apetecía a Santiago, pero no supo negarse. No sabía porque, pero le debía una lealtad a esa mujer y no podía negarse.

Ahora mientras buscaba donde aparcar el coche, algo en su interior le hizo pensar que quizás, solo quizás, ella estuviera allí. Aparto la idea de su cabeza con un suave balanceo. No debía alimentar las falsas esperanzas que siempre terminaban haciéndole tanto daño. Ella había decidido hacía muchos años que él no era su vida y a pesar del dolor inicial y de los años transcurridos, había terminado asumiendo que así debía ser.

Silvia le había cogido el teléfono hacía ya dos semanas. El estaba borracho y le había dicho una y otra vez cuanto la amaba, para acto seguido gritarla que la odiaba que no entendía porque no podía dejar su vida como él había dejado la suya y seguirle. Había llorado como un niño colgado al teléfono. Los años que habían pasado desde aquel primer beso adolescente no podían borrar todo el amor que sentía por Silvia. Y deseaba que ella diera el salto como lo había dado él.

Recordaba aquella mañana en el bar. Hacía casi tres años que no la veía. Abrió la puerta para entrar y la vio. Estaba sentada en la barra, con la espalda recta. Se había convertido en una mujer maravillosa, y él se sentía tan orgulloso de ella. Se estaba tomando un botellín. Le encantaba la cerveza y a pesar de que pudiera parecer lo contrario a él no había nada que le gustara más que sentarse a su lado en la barra y compartir un rato de charla insustancial. Porque cuando estaban rodeados de gente, su conversación era superflua, solo para convertirse en profunda y arrolladora cuando estaban a solas.

Aparto el recuerdo para centrarse en la calle abarrotada de coches. Le hubiera gustado creerse que la llamada de Isabel nada tenía que ver con su llamada todo sobrio, pero era más que evidente que estaban relacionadas.

Aparco y afrontó el portal, buscando en la lista el telefonillo correcto.

No podía evitarlo, estaba nervioso. La puerta chirrió y se abrió. La tensión le pesaba sobre los hombros. Le resultaba asfixiante pensar en que tenía que decirle Isabel, pero esa sensación duró solo lo que tardo en llegar a la puerta del apartamento y echar un vistazo al interior.

De pie en mitad del pequeño salón estaba Silvia. Avanzo hacia ella. Extendió un brazo para cogerla por la nuca y atraerla hacía el. El roce de las manos de Santiago era tan familiar para ella que no pudo ejercer resistencia. Él lo noto y solo pudo extender el otro brazo para asirla por la cintura y abrazarla.

El tiempo se paró. Isabel se sentía una extraña en su propio apartamento y solo se le ocurrió quedarse en silencio observando la escena. Lo que veía la conmovía de tal manera que no era capaz ni de respirar por miedo a romper la atmósfera.

Los había visto crecer. Pelearse. Amarse con apenas quince años. Había sido testigo mudo de la peor noche de ambos. Aquella noche en la que decidieron separar sus vidas para siempre. Había sido testigo de las infidelidades de ambos y aun así había consentido callando simplemente. Eran dos, porque habían elegido ser dos, pero su naturaleza tendía a juntarles, porque más allá de su lógica, eran uno. Isabel era consciente de que no había nada más armónico que esas dos personas abrazadas. Por eso había consentido a la petición de Silvia, porque sabía que después de aquella noche, nunca más habría otra oportunidad. Consiguió llegar hasta la puerta sin interrumpir el abrazo. Antes de cerrar la puerta tras de sí echo otro vistazo, consciente de que jamás serían tan felices como en ese momento.