sábado, 15 de diciembre de 2012

¿Ficción o realidad? IV

La hermana de Alejandro se acercó a Elisa con el rostro cruzado por el dolor. Puso su mano en el antebrazo de Elisa, mas por sujetarse ella misma que por agarrar a Elisa y sacarla de casa.

'Sabes que no puedes estar aquí Elisa' - La voz de Sara estaba rota de dolor.

'Lo sé Sara. Pero no he podido evitarlo' - Elisa no sentia como suyas aquellas palabras. Era como si una extraña hablara por ella.

'Sara, tu sabes que iba a encontrarse conmigo cuando tuvo el accidente. Yo fui la última persona con la que habló. Sara, necesito despedirme de él...' - Había desesperación en la voz de Elisa. - 'Alejandro ha muerto y yo no puedo dejar de pensar que le rompí el corazón y que murió pensando que no le amaba'

'Lo siento Elisa, no puedo dejarte pasar. Entiendelo por favor' - Sara odiaba tener que decirle esto a Elisa. Desde pequeñas se habían llevado bien y la quería. Había guardado toda su vida la esperanza de que su hermano y ella consigueran encontrar un lugar en su vida y en el mundo en el que poder estar juntos. Pero aquello no había sido posible hasta ahora y la muerte prematura de Alejandro había dejado a Elisa sin la opción de tener a su lado al hombre al que había amado toda su vida en secreto.

'Sara' - Tomo aire para decir lo que tenía que decir - 'Se que Alejandro no quería ser enterrado. Habíamos hablado un montón de veces de que las cenizas del primero que muriera esperarían a las cenizas del otro bajo la encina de la finca El Agua.' - Mil recuerdos acudieron de golpe a sus ojos y estos no puedieron evitar llenarse de lágrimas. Mil recuerdos guardados en lo más profundo de su alma y que a los que solo se permitía acceder cuando se encontraba sola. Todos los momentos vividos con Alejandro eran intensos, unos buenos, otros malos, pero incluso los peores conseguían llenarla de amor.

La finca El Agua se encontraba a las afueras de la pedanía donde ambos habían compartido infancia, adolescencia y madurez. Bajo la encina de aquella finca Elisa había recibido su primer beso de labios de Alejandro. Bajo aquella encina 15 años después de aquel primer beso, se habían vuelto a encontrar y habían retomado un amor que solo había estado aletargado esperando el momento de despertarse y llenarlo todo con la intensidad de torrente fluvial.

Con quince años recien cumplidos, Elisa era una mujer que apenas daba sus primeros pasos. Apenas había vivido y sus padres siempre la habían mantenido alejada de todos los peligros. Por eso para Elisa regresar cada verano a El Agua, era vital, reconstituyente y emocionante. Amaba aquella tierra, llena de olivares y de encinares. Amaba las curvas suaves que el terreno dibujaba contra el cielo. Y cada vez que cruzaba el límite de la provincia de Extremadura su corazón latia a cien y se sentia en casa. Era regresar al hogar una y otra vez.

Alejandro tenía quince años también, pero estaba a punto de pasar a los dieciseis. Era todo arrogancia. Guapo, varonil y ademas consciente de que comenzaba a despertar en las mujeres el deseo que él  precozmente ya había conocido.  Hacía un año que no veía a Elisa y le apetecía volver a chinchar a aquella flacucha y desgreñada que tan bien le caia. Poco se espera Alejandro encontrarse con una Elisa mujer, segura de si misma y que definitivamente había dejado atrás su niñez.

La deseo en cuanto la vió bajarse del coche. Años después le confesaría a Elisa que nunca volvió a desear a una mujer como le había deseado a ella aquel verano.
Elisa hacía años que amaba a Alejandro en silencio. Aquel chico que le hacía de rabiar y no le dejaba en paz le robaba el aliento en cuanto le veía aparecer por la calle. Pero apenas la miraba y Elisa volvía todos los veranos a El Agua con la esperanza de que Alejandro pusiera por fin sus ojos en ella.

'¡¡¡Elisa!!!' - Sara la estaba zarandeando - 'Por Dios Elisa, donde narices estas, vuelve del pasado. No puedo darte las cenizas de Alejandro. ¿Qué quieres que le diga a Pilar?' - Sara deseaba poder cumplir el deseo de su hermano, pero Pilar era su cuñada y pediría una explicación.

'Pilar sabe que Alejandro y yo nos hemos estado viendo todos estos años' - Vió reflejado en el rostro de Sara la sorpresa, la incredulidad y por último el enfado por no haber sido merecedora de la confianza de Elisa y Alejandro.

'¿Pilar sabe que Israel es hijo de Alejandro?' - Sara no sabía realmente si deseaba saber la respuesta.

'No puedo asegurar si Alejandro llego a decirselo, pero es obvio que es su hijo. Bastaba verlos juntos, Sara. Israel amaba a Alejandro sin saber que era su padre. La conexión era instantanea en cuanto se veían. Si Alejandro no le dijo a Pilar que Israel era suyo, es más que probable que lo averiguara por si misma.' - Elisa adoraba a Israel y verle cada verano disfrutar de los breves momentos de complicidad con su padre habían sido los mejores ratos de la vida de ambos.- 'Necesito esas cenizas Sara, y si no se las pides tu a Pilar lo haré yo misma. Era el deseo de Alejandro, es mi deseo, poder descansar juntos bajo la encina. No voy a permitir que no se cumpla' - La determinación en la voz de Elisa terminaron por derribar las pocas barreras que Sara tenía. Adoraba a Elisa, igual que había adorado a su hermano y conseguir cumplir ese último deseo era lo menos que ambos se merecían.

Contemplaba el árbol y las pocas cenizas repartidas alrededor de la base.

'Bésame Alejandro. Has sido un cobarde todos estos años, jamás viniste a por mi. Jamás dejaste a Pilar a pesar de que no la amas. ¡Bésame!- Ajelandro volvió a subir el trecho de cuesta que había bajado mientras discutía con Elisa y hundió sus labios en los de ella. Desesperación y después deseo fue lo que sintió Elisa en aquel primer beso que distaba quince años del primero que le diera Alejandro bajo aquella misma encina.

Supo que acababa de entregar su corazón para siempre, si es que aun le pertenecía pues amaba a Alejandro desde antes incluso de ser consciente de ello. Supo en aquel beso que nunca estarían juntos, pero jamás dos personas se pertenecerían el uno al otro como se pertenecían ellos.

Dos lágrimas rodaron por sus mejillas mientras contemplaba las cenizas del suelo.

Se giró para alejarse camino abajo. No volvió la vista atrás. Supo que no regresaría a la encina hasta el día que muriera y pudiera volver a encontrarse con él. Con la certeza de que jamás vovería a amar se alejo de la finca caminando...

domingo, 23 de septiembre de 2012

Cambio de sentido

Escribo esta entrada sentada en mi nuevo escritorio.

Poco a poco voy amueblando mi casa. Eso es síntoma de querer avanzar, pero a veces el querer no llega a ser poder. Sin embargo, ayer conseguí cerrar una de las puertas de mi pasado que no hacía mas que volver y volver para atormentarme, impidiéndome avanzar en la dirección que quiero.

No hay que confundirse, me encanta por donde estoy llevando mi vida, pero eso no significa que sea fuerte las veinticuatro horas del día y hay ratos en los que pienso que me he equivocado muchísimas veces.

Ayer tenía dos opciones. O volver hacia atrás sobre mis pasos o seguir avanzando insegura hacia delante. Y lo mejor es que no fui yo quien tomo la decisión. Fue mi subconsciente y mi cuerpo quienes decidieron por mi.

Sentada en el coche, conduciendo hacia mi pasado, las piernas empezaron a dolerme, y comencé a respirar con dificultad. De repente me encontré diciéndome a mi misma en voz alta, no puedo, no puedo, no lo hagas. Paré en el arcén y llame para cambiar el rumbo de mi vida. Un simple no puedo, lo siento pero no puedo. Y colgué.

Cambie de sentido en la autopista y en mi vida y volví a Madrid. Allí me estaban esperando mis amigos. Y consigueron con sus locuras y su parloteo constante hacerme olvidar que tan solo un rato antes había estado a punto de echar a perder todo lo que he construido en estos cuatro años. Por un momento estuve a punto de perder las riendas de una vida que me cuesta conducir pero que me encanta.

Ayer me deshice literalmente de todo lo que me anclaba a él. Físicamente y mentalmente. Se acabo. No habrá mas giros ni mas vueltas. Nada me va a hacer volver a él. Ayer lo enterré. Punto final.

Han sido dieciocho años de mi vida pensando siempre en él. Una especie de niebla constante en mi cabeza. Cuando di la vuelta ayer, sentí que salía el sol y que se despejaba mi mente. Me sentí aliviada. Me había quitado un peso de encima. Suena duro, pero he dormido como un tronco esta noche. Ni un mal pensamiento, ni un remordimiento, nada de angustia. He tomado la decisión correcta.

Ahora puedo volver a recuperar la cordura que he perdido durante estos meses. Vuelvo a ser yo y conduzco hacía donde quiero ir. Hacia delante, siempre hacia delante.

viernes, 3 de agosto de 2012

Mientras tenga dos manos...

... para trabajar, aunque sea limpiando.

Es la frase de una muy buena amiga de mi familia. La frase de una mujer valiente y que hasta esta maldita crisis que nosotros no hemos provocado vivía como una mujer más de lo que veníamos definiendo como clase media-alta.

La crisis la ha pillado con un negocio. Un negocio que había montado junto a su marido, en el que trabajaban muchas personas, a las que han tenido que ir despidiendo por falta de pedidos y de trabajo. Han hipotecado su casa, para conseguir crédito y poder hacer frente a pedidos y clientes que les han sido fieles hasta que sus propios negocios han ido cayendo. Como un castillo de naipes que se derrumba de la misma manera que aquellos que intentábamos hacer de pequeños con una baraja de cartas.

Ahora ya no quedan empleados, los pedidos son escasos y los proveedores demasiados. Imposible mantener el castillo de naipes. Así que ella se ha puesto a trabajar limpiando en una fábrica. Y lo ha hecho con la mejor de las sonrisas, con el optimismo de la que se sabe afortunada por poder trabajar en un país ahogado por el paro.

Soy consciente de que en el pasado, cuando las vacas eran gordas y daban buena leche, la gente abusaba del paro. "Me han echado, me voy al paro dos años y mientras me saco un master". "Me han echado, que bien me viene, así dejo de pagar la guardería y me dedico a criar a mi hijo". No pretendo juzgar a nadie. Pero ahora las vacas ya no dan leche y quedarse en el paro es un miedo al que todos tememos enfrentarnos.

La amiga de la que os hablo, no ha tenido miedo, han hecho lo humanamente posible por salvar su negocio, por poder seguir atendiendo los pedidos y dando trabajo a otros. Pero no ha sido posible, y como ellos hay muchos en este país. Pequeños negocios (Pymes) que han dado mucho a esta economía. Pequeños emprendedores que han generado mucha riqueza y han dado mucho trabajo.

Muchos de ellos autónomos, como el caso que os cuento. Autónomos que en la mayoría de las veces se los juzga y se los tacha de oportunistas, de no haber pagado el IVA, de haber vivido por encima de sus posibilidades, de haberse enriquecido demasiado deprisa y no haber sido previsores. Haberlos los habrá, pero no generalicemos, porque hacerlo es de ignorantes. Hay muchas familias, que aportaron mucho a este país y que ahora no tienen  nada. Han perdido todo y por desgracia no han tenido tanta suerte como la amiga de mi familia y han encontrado un trabajo. No olvidemos que hay mucha gente que lo ha tenido todo y hoy en día no tienen nada.

A veces tener dos manos y ganas de utilizarlas no es suficiente...

Los afortunados que tenemos un trabajo y que de momento nos mantenemos a flote no debemos olvidar que esta lucha también es nuestra y que arrimar el hombro es nuestra obligación. Si los que nos dirigen no son capaces de ayudarnos, entonces solo nos tenemos los unos a los otros.

Yo me siento afortunada por tener una familia que sabe echar un cable a quien lo necesita y mas afortunada de ver como el esfuerzo de mi familia consigue sacar a otra del hoyo.

Porque si la amiga de mi familia es increíble por la manera en que se ha levantado del revés de esta vida, mi madre es la mejor del mundo por haberla tendido la mano.

Gracias Mama por  mostrarme valores como la humildad, el esfuerzo y la constancia, porque han marcado el camino de mi vida y porque ahora me demuestras que sirven y que no son solo palabras bonitas.

domingo, 15 de julio de 2012

Dar para tener

Hoy después de muchos años he vuelto a ir de vacaciones con toda mi familia.

Hemos alquilado, bueno mis padres y mis tíos (yo vengo de gorra) una casa, cuasi mansión en Moraira.

Las vistas desde la terraza donde estoy escribiendo invitan a la relajación total.

Si levantas la vista del ordenador y la diriges hacia el frente, ves el mar, flanqueado por dos colinas llenas de lujosas casas veraniegas.

La sensación de ser rica y poderosa se apropia de mi y por un momento siento que podría vivir así el resto de mi vida. Luego me acuerdo que es Julio, que tengo todo el verano para descansar, pero que en Septiembre, para ser más exactos el 5 de ese mes, he quedado con los chicos de Atocha.

Somos, soy, una privilegiada. Tengo una familia que me quiere, con la que llevo toda la tarde riéndome, un trabajo que me resulta gratificante y unos amigos que el fin de semana pasado me dieron el mejor de los cumpleaños.
Y todo esto lo tengo porque sí. Yo si y otros no. Que aleatoria es la vida que nos ofrece todo o casi todo a unos y nada o menos a otros.

Ya no concibo mi vida sin dar parte de lo que en suerte me ha tocado a los demás. No soy más afortunada por lo que tengo, sino por lo que puedo ofrecer. Soy más cuanto más doy. Y por eso, a pesar de estar rodeada durante estos días de lujo, no olvido y tengo presente a quienes hacen de mi lo que soy. No olvido y tengo presente que aquellos que menos tienen, son los que más me dan.

Nos vemos en Septiembre chicos!

miércoles, 11 de julio de 2012

¿Realidad o ficción? III

Tumbada en la cama no fue consciente que estaba aguantando la respiración hasta que soltó el aire retenido en los pulmones. Había pasado el día con la sensación de que el tiempo pasaba lentamente. Ya no le valían las miradas furtivas, aunque era consciente de que ambos podían decirse más mirándose que hablando. El paso de los años había conseguido que las palabras perdieran todo su significado. Ya solo valían las caricias, los besos y los abrazos furtivos.

Cuando los amantes tienen un secreto que ocultar, los silencios adquieren un nuevo significado. Habían hecho del mudo hablar un arte. Y ahí, cuando todos miran, es cuando ellos son capaces de borrar el exterior y convertir una mirada en una prosa de amor.

'¡Elisa!'- Oir su nombre salir de la garganta de Alejandro le ponía el corazón a galopar.
'Aquí' – Un susurro nada más – '¡¡¡aquí!!!' - Grito para hacerse oir.

Apareció Alejandro doblando la esquina del pasillo. Elisa se levanto de la cama con una agilidad inusual teniendo en cuenta que le faltaba siempre el resuello al verle.

Después de dos días viéndose a lo lejos, de conversaciones insustanciales y de roces apenas perceptibles, tenerle allí en la intimidad de una habitación ajenos a miradas extrañas, era más de lo que podía soportar.

Pasan los años. Crecen. Cada uno hace su vida. Separados por kilómetros y por necesidades distintas, parece increíble que dos cuerpos que apenas si se ven una vez al año, se reconozcan de esa manera.

No hubo beso. Ni caricia. Se tumbaron en la cama en la que un rato antes Elisa intentaba calmarse. Mirándose el uno al otro, las cabezas juntas, pero los labios separados. Era como si tuvieran miedo de besarse.

'No soporto el saber que estas aquí y el no poder abrazarte cuando te veo pasar' – Se quejo amargamente Alejandro. Acariciando sin ser consciente el muslo de Elisa.
'No podemos hacer nada con respecto a eso y lo sabes. Has de conformarte. Decidimos llevarlo de esta manera y has de respetar el trato que hicimos' – Argumentó Elisa.

No quería hacerlo, pero no pudo evitarlo y la beso.

'Me vuelves loco. ¿Qué me has dado Elisa, que no puedo dejar de pensar en ti? ¿Qué me has hecho? - Pregunto Alejandro sabiendo que no iba a conseguir respuesta

Elisa le devolvió el beso, ese primero y todos los demás que vinieron después. Le quito la camisa. El calor que desprendía su cuerpo le era familiar, a pesar de haber estado tan pocas veces compartiendo esa intimidad. Ambos sabían que aquellos pocos momentos que habían compartido a lo largo de quince años, eran irrepetibles, y como tal los disfrutaban con la intensidad del que se sabe que lo mismo no se ve en otra situación igual. Lo esporádico y lo inusual de los encuentros entre Elisa y Alejandro había hecho que esos momentos fueran siempre como la primera vez. Era como si se besaran por primera vez. El la abrazaba como si no la hubiera abrazado nunca. Hundía la nariz en el cuello de ella para capturar por primera vez su aroma. La respiraba como si no la hubiera visto nunca. La miraba como si no la hubiera olido nunca. Las manos de Elisa recorrían la espalda de Alejandro como si no la hubiera acariciado nunca, como si nunca hubiera clavado allí sus uñas dejándose llevar de placer.
Se desnudaban como si lo hicieran por primera vez. Sin embargo, esa tarde se miraron de forma distinta. Había reconocimiento en el cuerpo del otro. Era como llegar a un puerto en el que ya se ha atracado. Hicieron el amor de forma suave, mirandose sin hablar como tantos y tantos días. Aprovechando aquel lenguaje mudo que habían formado entre los dos y que habían perfeccionado con el paso de los años. Alejandro no necesitaba escuchar a Elisa, su corazón la oia a voz en grito.

Desnudos sobre la cama. La cabeza de Elisa acomodada en el hueco del hombro de Alejandro. Respiraban con dificultad. La mezcla del placer de haber yacido juntos y la certeza de la despedida, hacían del momento un cuadro entre irritante y placentero.

'¿Sabes que me tengo que ir?' - Era más una afirmación por parte de Elisa que una pregunta.
'Lo se' – Contesto Alejandro con resignación.
Alejandro... - No sabía Elisa como plantear la pregunta.
'Dime, mi amor' – La incitó Alejandro a seguir.
'Hay algo que quiero proponerte' – Se incorporó sobre su codo para poder mirarle a los ojos. - 'Tengo asumido hace mucho tiempo ya que no eres para mi. He conseguido renunciar a tenerte a mi lado a diario. Lo comprendo y lo asumo. Pero necesito que me des algo más' – A Elisa le costaba encontrar las frases.
'¿A que te refieres?' - Preguntó confuso Alejandro
'¿Me darías un hijo?. No te pido responsabilidad, no te pido nada. Solo quiero que mi hijo sea tuyo. Sería algo entre tu y yo, nadie tiene porque saberlo...¿Qué me dices? ' - Elisa no podía de la ansiedad.
'Elisa...¿estas segura de eso?'  - Alejandro la miraba con calma.
'Si' – Afirmó con seguridad Elisa. - 'Si he de tener un hijo sola, que sea contigo'.
'¿No me exiges nada? ¿Estas segura de querer eso para ti y para mi? Si tu lo deseas, yo lo hago, pero necesito saber que estas segura, que lo has pensado detenidamente – Alejandro no podía dejar de pensar en un hijo con Elisa.
'Si, Alejandro. Estoy absolutamente segura. Pero es algo que tiene que quedar entre tu y yo. Yo solo te puedo prometer que lo veras las veces que necesites verle, pero nunca será tu hijo abiertamente' – Elisa parecía segura de si misma.

Alejandro la abrazó fuerte, demasiado fuerte. Elisa dejo escapar un quejido.

'Realmente Elisa, no soy consciente de lo mucho que me amas. Esto va más allá de lo que jamás habría imaginado' – Se sentía amado hasta el extremo y la dicha era tal que no quería soltar el cuerpo de Elisa.

Elisa dejo escapar una lágrima. Aquello era conformarse con las migajas, pero mejor eso que pasar hambre el resto de su vida. Alejandro era su vida y mejor estos momentos que no tenerle nunca más. Se seco disimuladamente la lágrima con el dorso de la mano y abrazó a Alejandro guardando una instantánea más en aquel álbum de fotos sueltas.

viernes, 15 de junio de 2012

Vallecas


Creo que la última vez que estuve en Vallecas fue hace aproximadamente 24 años.

Cuando el otro día, yendo en el tren con Antonio vi la calle, supe exactamente donde estaba y le dije que yo había pasado mi infancia allí. Se me ocurrió que sería una gran idea ir y Antonio estuvo encantado de acompañarme.

El martes después de comer un arroz bien rico y de pasear un rato por las tiendas del centro comercial cogimos el coche y nos dirigimos al Pueblo de Vallecas.

Antonio sabía exactamente donde era y yo en cuanto puse el pie en la calle también lo supe.

La casa donde vivían mis abuelos maternos en Vallecas, era bastante pequeña, pero los recuerdos que yo tengo de aquellos años son enormes, y están bien sellados en mi memoria.

Los viernes esperábamos a que mi padre llegara del trabajo, cargábamos el coche y nos dirigíamos por la M-30 hasta la casa de mis abuelos. Yo esperaba el momento de que mi padre llegara a casa como si me fuera la vida en ello. Hacía y deshacía mi mochila una y mil veces, en un intento desesperado por elegir que juguetes metía en ella, y tres horas antes de que llegara él yo ya estaba más que lista para salir.

La misma curva de la calle. Aparcar. Bajar del coche y salir corriendo a través del camino marcado por los setos. Veinticuatro años después. La misma curva, pero la sensación de que los setos ya no me protegían. Ahora yo les miraba por encima al igual que lo hacían ellos antaño.

Y al doblar el camino, el balcón. Cuantas tardes, tantas y tantas, en las que mi abuelo me recibía asomado al balcón. Y cuantos domingos agitaba la mano para despedirse hasta el viernes siguiente.
Ahora el balcón no parecía tan alto, pero la sensación de esperar levantar la vista y verle asomado era tan penetrante que regresar a mi infancia me resulto un ejercicio sencillo.

Y entonces me vi. Seca, consumida como me decía mi madre. Con el pelo negro y corto, sentada en el distribuidor de la casa. El suelo estaba enmoquetado, de un estampado en tonos marrones. Mi madre y mi abuela me esquivaban para llevar los platos desde la cocina hasta el comedor. Había que cenar siempre antes de que empezara Informe Semanal. Esa sintonía tan popular para mi era la sintonía de mis fines de semana en casa de los abuelos. Pero lo mejor venía después. Empezaba el 1,2,3 y para mi era un acontecimiento extraordinario porque era la única noche en toda la semana que podía acostarme más tarde.

Recuerdo la fiesta que me hacían para irme a dormir todas las noches. Recuerdo la claridad de la terraza, con el toldo bajado y el sol colándose por la barandilla. Cabían dos tumbonas de piscina exactamente y yo. Recuerdo mi paleto dental colgando de un hilillo de carne y a mi padre haciendo esfuerzos por convencerme de que tenía que arrancármelo. Recuerdo mi primer pollito amarillo, los largos que se hacía en el bidé del baño. Recuerdo a Mariví, y como jugábamos juntas.

Pero sobre todo recuerdo las risas, los paseos por el bulevar, las patatas fritas que me compraba el abuelo. Recuerdo la calle empinada de la iglesia...Recuerdo las sensaciones.

Abro los ojos, sigo bajo el balcón, con la mano rozando las hojas del seto. Y no puedo evitar pensar, que hubo un tiempo, en el que todos fuimos mucho más felices.

Se que me hubiera quedado con ese regusto amargo, pero afortunadamente no fui sola y el resto de la tarde fue maravillosa.

sábado, 5 de mayo de 2012

Lectura no recomendada


Buscando libros esta mañana, me he encontrado esta "joyita". Daban la posibilidad de leer las primeras páginas (son apenas 88) y la protagonista tenía 33 años... He sentido como se me nublaba la vista... Obviamente no me lo he comprado, aun tengo 32...

lunes, 30 de abril de 2012

¿Ficción o realidad? II

Ya había estado en aquel barrio. Hacía años, pero recordaba las anchas avenidas y la sensación de que aun le quedaban muchos años para que las aceras y las calles estuvieran llenas de vida. Pero eso ahora daba igual. Sabía porque estaba allí, estaba todo claro y no quería que nada se interpusiera en ese remolino de sentimientos que amenazaba con salir de su estómago.

Isabel les había dado una oportunidad. No había otra persona en el mundo en quien ellos pudieran confiar mas que en ella. Siempre les había sido fiel. Ninguno de los tres había necesitado jamás hablar sobre lo que pasaba. Cada uno sabía como se sentían los otros dos y nunca fue necesario hablar de reglas ni de normas para que cada uno supiera como tenían que comportarse.

Así que la llamada de Isabel podría haber sorprendido a Santiago, pero no fue así. Hacía mucho tiempo que no hablaban. Algún mensaje de texto de vez en cuando, pero poco más. Aunque lo que si le sorprendió fue la escusa. Ella le dijo que le hacía ilusión enseñarle la casa y que quería invitarlo a tomar un café.

No era lo que más apetecía a Santiago, pero no supo negarse. No sabía porque, pero le debía una lealtad a esa mujer y no podía negarse.

Ahora mientras buscaba donde aparcar el coche, algo en su interior le hizo pensar que quizás, solo quizás, ella estuviera allí. Aparto la idea de su cabeza con un suave balanceo. No debía alimentar las falsas esperanzas que siempre terminaban haciéndole tanto daño. Ella había decidido hacía muchos años que él no era su vida y a pesar del dolor inicial y de los años transcurridos, había terminado asumiendo que así debía ser.

Silvia le había cogido el teléfono hacía ya dos semanas. El estaba borracho y le había dicho una y otra vez cuanto la amaba, para acto seguido gritarla que la odiaba que no entendía porque no podía dejar su vida como él había dejado la suya y seguirle. Había llorado como un niño colgado al teléfono. Los años que habían pasado desde aquel primer beso adolescente no podían borrar todo el amor que sentía por Silvia. Y deseaba que ella diera el salto como lo había dado él.

Recordaba aquella mañana en el bar. Hacía casi tres años que no la veía. Abrió la puerta para entrar y la vio. Estaba sentada en la barra, con la espalda recta. Se había convertido en una mujer maravillosa, y él se sentía tan orgulloso de ella. Se estaba tomando un botellín. Le encantaba la cerveza y a pesar de que pudiera parecer lo contrario a él no había nada que le gustara más que sentarse a su lado en la barra y compartir un rato de charla insustancial. Porque cuando estaban rodeados de gente, su conversación era superflua, solo para convertirse en profunda y arrolladora cuando estaban a solas.

Aparto el recuerdo para centrarse en la calle abarrotada de coches. Le hubiera gustado creerse que la llamada de Isabel nada tenía que ver con su llamada todo sobrio, pero era más que evidente que estaban relacionadas.

Aparco y afrontó el portal, buscando en la lista el telefonillo correcto.

No podía evitarlo, estaba nervioso. La puerta chirrió y se abrió. La tensión le pesaba sobre los hombros. Le resultaba asfixiante pensar en que tenía que decirle Isabel, pero esa sensación duró solo lo que tardo en llegar a la puerta del apartamento y echar un vistazo al interior.

De pie en mitad del pequeño salón estaba Silvia. Avanzo hacia ella. Extendió un brazo para cogerla por la nuca y atraerla hacía el. El roce de las manos de Santiago era tan familiar para ella que no pudo ejercer resistencia. Él lo noto y solo pudo extender el otro brazo para asirla por la cintura y abrazarla.

El tiempo se paró. Isabel se sentía una extraña en su propio apartamento y solo se le ocurrió quedarse en silencio observando la escena. Lo que veía la conmovía de tal manera que no era capaz ni de respirar por miedo a romper la atmósfera.

Los había visto crecer. Pelearse. Amarse con apenas quince años. Había sido testigo mudo de la peor noche de ambos. Aquella noche en la que decidieron separar sus vidas para siempre. Había sido testigo de las infidelidades de ambos y aun así había consentido callando simplemente. Eran dos, porque habían elegido ser dos, pero su naturaleza tendía a juntarles, porque más allá de su lógica, eran uno. Isabel era consciente de que no había nada más armónico que esas dos personas abrazadas. Por eso había consentido a la petición de Silvia, porque sabía que después de aquella noche, nunca más habría otra oportunidad. Consiguió llegar hasta la puerta sin interrumpir el abrazo. Antes de cerrar la puerta tras de sí echo otro vistazo, consciente de que jamás serían tan felices como en ese momento.

viernes, 16 de marzo de 2012

Empiezo a caminar

Me ha salido un título de lo más inspirador y parece como si me hubiera recuperado de un trauma y por fin fuera capaz de volver a emprender el camino. Pero no, el título es literal.

Mañana, después de meses y meses de espera, Viki y yo nos vamos a Roncesvalles a comenzar el camino de Santiago.

Seis etapas que nos van a llevar desde Roncesvalles a Logroño.

Tengo muchísimas ganas, la verdad. Por varias razones:

  • Necesito desconectar de Madrid. La vida aquí a veces puede resultar monótona y aburrida. 
  • Necesito pensar.
  • Quiero compartir más tiempo con la buena de Victoria.
De estas razones la que más me preocupa o la que ahora mismo llena mi cabeza es la segunda.
Quizás el título de la entrada haya sido más premonitorio de lo que pensaba porque a veces me siento estancada. De ahí mi último y suicida cambio de departamento (pero esto ya lo cuento otro día).
Siento a veces, que vivo dando vueltas. Vueltas a un pequeño circulo y que siempre me pasan las mismas cosas. Es como vivir una y otra vez el mismo ciclo y cuando soy consciente, intento salirme por la tangente, pero la fuerza centrifuga del círculo me mantiene unida a él.

Y no hablo de las mismas personas o del mismo trabajo rutinario. Hablo de las mismas torpezas que me llevan una y otra vez a cometer los mismos errores.
Hablo de los fallos que cometo con la gente a la que quiero y de lo permisiva que soy con la gente que no se lo merece. Hablo de las mismas inseguridades causadas siempre por las mismas razones.

Fallos y más fallos, que tengo perfectamente localizados, pero que por más que lo intento no consigo corregir.

Sobre esto tengo que pensar. Porque son muchos los defectos que tengo, y no soy capaz de corregirlos a pesar de tenerlos bien localizados.

Espero que el camino me ayude a encontrar alguna solución.

Pero tampoco quiero ponerme tan transcendental, que luego dicen por ahí que soy muy dramática escribiendo.

Se que me voy a echar unas risas muy finas con Viki. Esa "loca Argentina" es de lo mejor que me ha colocado el Destino en el camino.

Pero sobre todo hay algo que llevo encima, que me pesa más que la mochila, porque me oprime el alma y no me deja respirar.

Llevo en mi pensamiento a dos personas que han sido, que son y que serán por muuuuuuuuuuuchos años, un ejemplo a seguir. Porque son fuertes, decididos, puros y caritativos. No puedo hacer más por ellos, ya me gustaría a mi tener la solución a mi alcance, que llevarlos presentes durante todos estos días.

Vemos venir al enemigo, como bien habéis dicho, pero tranquilos, NOSOTROS SOMOS MÁS, MEJORES Y ADEMÁS ESTAMOS DISPUESTOS A LUCHAR.

Este camino es para vosotros. 
Con todo mi cariño para Lau y Jose.

sábado, 25 de febrero de 2012

La aventura de cocinar

Esta es otra de las razones que me ha quitado tiempo de escribir en el blog.

Pero estoy tan orgullosa de ellas que no puedo hacer otra cosa que pediros que os hagáis fans de este blog y cocinéis con nosotras.

laaventuradecocinar.blogspot.com

Enero

Hace muchísimo tiempo que no escribo en el blog, y lo primero que tengo que decir es que no hay ninguna razón aparente para haber dejado de hacerlo. Pereza o vaguería, solo se me ocurren esas dos razones.

La verdad es que desde Navidad que fue la última vez que escribí me han pasado cosas y no las he reflejado aquí.

La más importante y la que más me llena el alma es haber sido capaz de recuperar a uno de mis mejores amigos.

Recuerdo que en unas de las entradas más antiguas de este blog, hablaba sobre la relación de un hombre y una mujer y defendía que podían ser amigos por encima de todas las cosas. Pues bien, lo sigo defendiendo, aunque llevarlo a cabo casi me cuesta la relación con él.

El problema fue esta vez que nunca lo consideré realmente mi amigo. Yo jamás llegue a verlo así. Para mi siempre fue algo más. Hasta tal punto que le exigía más que al resto, le pedía más que al resto y le pasaba menos que a nadie.

Cuando un día me escribió una carta preciosa agradeciéndole a San Nicolás mi amistad a pesar de que fuera más compleja que un puzzle de 5000 piezas, entendí que no estaba siendo justa con él y decidí alejarme.

El intento me honra, pero no conseguí permanecer lejos de él mas de un mes. Enero ha sido el peor mes que he pasado en muchísimo tiempo. Le he echado tanto de menos...

Pero hay algo positivo en todo ello. Perdí la esperanza de que él se enamorara de mi como yo lo estoy o lo estaba o lo estuve de él. Ahora no se como me siento. No he dejado de quererle, pero no sueño ni fantaseo con la idea de que aparezca un día en mi puerta, y me diga que ha estado ciego y que ahora ve claramente lo mucho que me ama y que solo puede vivir si yo estoy a su lado. ¿Demasiadas películas románticas? Es posible. Pero esa clase de amor tiene que existir.

Ahora volvemos a vernos a menudo. Whasapeamos. Nos escribimos correos como antes. Pero todo ha dejado de tener ese halo melancólico y doloroso que tenía antes. Ahora él me corresponde, me quiere como amiga. Y yo, con dificultad algunas veces, estoy consiguiendo quererle como él se merece. Porque a los amigos hay que quererlos como son, con lo bueno y con lo malo, porque al fin y al cabo tu los eliges, y si lo haces bien, ellos te seguirán toda la vida.