lunes, 12 de agosto de 2013

Un día de mierda


No soportaba el transporte público. La sensación de haber estado perdiendo el tiempo mientras cambiaba el peso de un pie a otro en la marquesina, se unía a la sensación de ir completamente transpirada.

Eran apenas las siete de la mañana, pero el calor en Madrid era ya asfixiante. Que asco, me siento toda pegajosa, y me acabo de duchar. Como no me den pronto el coche, creo que terminaré enloqueciendo. Pensó mientras se pasaba el dorso del dedo índice por el labio superior. Comprobó que estaba perlado de pequeñas gotas de sudor. Puso los ojos en blanco, como maldiciendo al canalla que dos días antes le había destrozado la puerta del copiloto y que la había obligado a dejar a su tesoro en el taller.

Cinco días, cinco días, se repetía a si misma como un mantra. Cinco días y recojo el coche. Solo cinco días. Si la gente va y viene en transporte público, yo también puedo hacerlo. Un golpe de sudor la hizo arrugar la nariz y soltar el aire contenido con desesperación. Imposible tío que huelas así a las siete de la mañana si acabas de salir de casa, pensó, con toda la gana de soltárselo a bocajarro en la cara. Cerdo!

Como siga así, estos cinco días voy a estar de un humor de perros. Además esta tarde tenemos que ir a la fiesta con los gilipollas del trabajo de Adolfo. Otra vez los ojos en blanco. Deja la mente en blanco, Elena, se instó a si misma.

La mañana se estaba torciendo por minutos. No conseguía hilar un pensamiento optimista. Sentía como el cabreo subía desde la boca del estomago y le hacía chirriar los dientes.

No soporto al compañero de Adolfo... ¿como era que se llamaba? Pensó, mientras que dirigía la mirada hacía su izquierda y ligeramente hacia arriba en un intento inconsciente de recordar el nombre de semejante capullo.
Desistió porque no se acordaba y además pensar en ese baboso la ponía todavía de peor humor. Aun recordaba la fiesta de Navidad en la que con todo el descaro del mundo la sobo aprovechando el pasillo vacío que había que cruzar para llegar a los baños. Recordó con amargura la respuesta de Adolfo. Cielo... es que él es así con todo el mundo, un poco sobón, pero no creo que lo haya echo a posta. Vamos Cielo, no exageres... Joder! Recordar esto le ponía de peor humor aun.

Mierda!!!! Mi puta parada!!! ¡Joder, dejarme pasar, coño, que llego tarde! A voz en grito se abrió camino entre los cuerpos sudorosos y apretujados. Consiguió saltar del autobús, no sin antes arrastrar tras de sí a una joven.

Los papeles de su portafolio, el móvil y la mitad del contenido de su bolso Hermes fueron a parar al suelo. El autobús cerro las puertas y allí las dejo a las dos recogiendo las pertenencias de Elena.

Perdona, gracias por ayudarme a recoger mis cosas, estoy teniendo una mañana de mierda y solo ha echo que empezar. Soltó toda la frase sin levantar la mirada mientras recogía sus cosas de aquí y de allí.

Cuando levanto la vista, aun acuclillada, tuvo que mirar dos veces para comprobar que los ojos que tenía enfrente eran realmente violetas. Joder! Como los ojos de Elizabeth Taylor. Coño Elena que pensamiento más tonto, se reprochó a si misma. Seguía mirando aquellos ojos, a través de las pestañas negras, largas y rizadas que los enmarcaban.

Después de unos segundos, logró recuperar la compostura, comprobar que estaba todo otra vez recogido en su bolso y se incorporo. La joven la imitó y entonces comprobó que era apenas unos centímetros más alta que ella.

¿Un mal día? La espontaneidad de la pregunta y la sonrisa con la que la acompaño la pillo completamente desprevenida y balbuceo ligeramente antes de conseguir componer una respuesta.

Si, una mañana de mierda. Contestó apenas con un hilo de voz. No conseguía apartar la mirada.

Siento haber chocado contigo y haberte tirado el móvil, ¿No se te habrá roto, no? No oyó la pregunta inmersa como se hallaba en la mirada violácea.

Ella no esperó más la respuesta a su pregunta y con una sonrisa se despidió, giró sobre si misma y comenzó a alejarse. ¡Qué mejore tu día! Chillo mientras se alejaba sin girarse siquiera. Elena no se movio, plantada en mitad de la acera con el bolso colgando en una mano y en la otra sujetando el portafolios con todos los documentos revueltos y sobresaliendo.

Se sorprendió observando la figura de la muchacha mientras se alejaba. Femenina, casi felina. Puntilleaba al caminar, elevando el cuerpo ligeramente en cada paso. El top de seda salmón se bamboleaba al compás de su caminar, marcando ahora un lado de la cintura ahora el otro. Apenas tapaba el cinturón de piel marrón que ceñía los shorts blancos impolutos que redondeaban las nalgas, dejando entreveer ligeramente la unión de glúteo y muslo.

Cuando consiguió salir de el estado de aturdimiento, la joven se había alejado al menos unos treinta metros. Aun podía contemplar su espalda y el movimiento del cabello

Giró y enfilo el paseo hasta la oficina.

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