sábado, 30 de marzo de 2013

Semana Santa en Madrid

Yo pensaba pasar la Semana Santa desconectando en el pueblo, pero mi abuela decidió a última hora que no le apetecía ir hasta allí, que se encontraba muy cansada, y me he encontrado tirada en Madrid.

Un Madrid que en estas fechas se queda desierto. Además, si a eso le sumamos el mal tiempo, pues el coctel es de quedarse en casa.

De todas formas, el jueves mi amiga Penélope me "invito" a comer a su casa. La invitación tenía una sorpresa escondida. Estaban arreglando el jardín y necesitaban mano de obra barata. Al parecer no había sido la única incauta que había picado. Allí se encontraba también Javier, un amigo del marido de Penélope de cuando iban juntos al colegio.

Javier está separado desde hace tres años. Tiene dos hijos preciosos. En un momento que nos quedamos a solas en el jardín decidió sincerarse conmigo. La verdad es que no se muy bien por qué lo hizo.

El caso es que Javier es católico convencido. De los que piensan que solo se casa uno una vez  y que solo tiene una mujer en la vida. Y aunque te separes y te divorcies, esa mujer será tu mujer ante los ojos de Dios toda la vida. El matrimonio católico entendido por un católico es para toda la vida y para la eternidad.

Ella le fue infiel. Pretendía además mantener esa doble vida de la gente que no es capaz de dar la cara y decir, mira, ya no te amo. El terminó descubriéndola y poniéndola contra la espada y la pared.

Consecuencia: un matrimonio destrozado. Javier adelgazo y se consumió hasta ser solamente una sombra de lo que había sido. Le diagnosticaron diabetes. Desde entonces es insulino-dependiente. Asume que ante los ojos de Dios esa seguirá siendo su mujer, pero él afirma que esa ya no es su guerra. Su caballo de batalla son ahora sus dos hijos.

Ser católico no es una opción fácil, aunque a simple vista puede parecerlo. Tienes el futuro asegurado, vas a ir al cielo a poco que te portes bien. Y además te van a perdonar todos tus pecados. Pero por otro lado se te exigen ciertos sacrificios. La presión de elegir con quien pasas tu vida si es que decides casarte, que obviamente es la opción elegida por la gran mayoría. La presión de saber que si no eliges bien, te va a dar igual porque estas obligado a luchar por tu matrimonio, porque es para toda la vida, porque no va a haber otro.

Y ojo, que yo soy de las que opinan que la gente últimamente no lucha lo suficiente y se rinde antes de tiempo. Pero tampoco entiendo el extremo opuesto. El de no hay de otra, este elegiste y con este te quedas. Ya verás como te las apañas para ser feliz, porque no hay más opción.

Así que oyendo el otro día a Javier hablar sobre la infidelidad de su mujer, yo solo podía pensar que menos mal que ella se empecinó en el divorcio, porque a él su fe y su forma de vida solo le dejaban una opción. Perdonarla y continuar con el matrimonio.


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