miércoles, 20 de febrero de 2013

Perdiendo la fe

Estoy sentada en una esquina de mi sofá mientras escribo estas líneas y solo pienso en que me gustaría levantar la vista de la pantalla del portátil y comprobar que hay una persona en la otra esquina del sofá que me está mirando.  Que me observa mientras yo tecleo ensimismada. Pero levanto la vista… y no hay nadie más en este salón.

Hoy me han hecho plantearme la siguiente pregunta: ¿tienes dos minutos al día para perderlos?  ¿hay dos minutos de tu día que puedas desperdiciar haciendo una llamada o escribiendo un mail?
Si tu respuesta es que sí, eres de las mías. Si tu respuesta es que no, eres como la persona que hoy me ha hecho replantearme mi firme convicción de que la gente es buena por naturaleza y que sola las circunstancias puntuales las convierten en fieras despiadadas.

Y si te dicen te llamo y nos tomamos un café, ¿es tan raro pensar que te van a llamar?. Si te dicen, te escribo un mail el miércoles y ya te digo si podemos quedar a tomar una cerveza, ¿es tan raro esperar que llegue ese mail?.

Hoy es miércoles, y efectivamente el mail no ha llegado, al igual que la llamada, que tampoco llegó. Lo que me asusta no es no recibir un mail o una llamada. Lo que me asustas es sorprenderme a mi misma a primera hora de la mañana asegurándome que no me haga ilusiones, que el mail no llegará igual que no llegó la llamada. Lo que me asusta es perder la fe en la gente. Me aterra.

Si ya no creo que la gente es buena por naturaleza, si ya no siento que la gente merece una segunda, una tercera oportunidad, ¿qué es en lo que puedo creer?

La decepción a última hora de la tarde no era tanto por no haber recibido el mail, sino por haber constatado que mi pensamiento matinal era acertado y que efectivamente por mucho que lo deseara, el mail jamás llego. ¿He perdido la fe en la gente?

Y sin embargo, aquí sentada en mi sofá, con mi copa de vino y la televisión como única compañía no puedo dejar de fantasear con que mañana cuando llegue al trabajo tendré un mail en la bandeja de entrada esperando a ser leído. Contendrá probablemente una escusa plausible de porque ayer no llego y llega mañana. Al fin y al cabo, la esperanza es lo último que se pierde y el futuro es de los optimistas.


sábado, 2 de febrero de 2013

Dar gracias

Es un comedor austero. No en vano es una misión católica. Las ostentaciones no son necesarias, lo importante no es el mobiliario, sino con quien compartes la mesa y las conversaciones que allí se mantienen.

Cuatro veces al día, en esa mesa, se da gracias antes y después de comer. El desayuno esta exento de este ritual. Esta es la costumbre que se mantiene en St. Mary, la misión católica que lleva desde hace 20 años a las espaldas de un gran hombre, Ángel Olaran.

Dos veces en mi vida he compartido ese ritual con él y con un montón de personas, maravillosas, con las que he tenido el placer de compartir las que posiblemente sean las mejores semanas de mi vida.

Así que no se me ocurre mejor manera que resumir mi última estancia utilizando la fórmula que día a día se daba en las comidas.

Doy gracias por tener a mi familia, a mis amigos y por haber podido conocer a Ángel (Abba Melaku en Tigriña).
Doy gracias por tener la opción de vivir y no solo de sobrevivir.
Doy gracias por poder tener un plato de comida en mi mesa. Por poder elegir que quiero comer o por poder darme el lujo de si estoy llena dejar comida sobre la mesa.
Doy gracias por abrir el grifo y que salga agua. Por apretar un botón y que mi casa se caldee a 22º centigrados.
Doy gracias por tener más de una bombilla. Por tener un techo donde colgarla y no solo una chapa a modo de casa.
Doy gracias por tener una sanidad que me atiende de manera profesional y que me trata. Aunque a veces sea lenta, por lo menos es eficaz.
Doy gracias por poder vestirme todos los días con ropa limpia y que no esta hecha jirones.
Doy gracias por ser consciente de que el agua es vida. Y que aquí donde vivo el agua no falta. Doy gracias por ser consciente de que a pesar de que no falte, no hay que derrocharla. Doy gracias por no tener que vivir 10 meses pensando en cuando va a llover. Pendiente del cielo y de mis cosechas que se echan a perder. Pendiente del cielo y de mi ganado que cada día que pasa esta más famélico.
Doy gracias porque no tengo que prostituirme para mantener a mi familia.
Doy gracias porque no tengo sida. Y porque no se lo pasaré a mis hijos. Y porque si lo tuviera, tendría acceso a los medicamentos y no sería un estigma para mi y para mi familia.
Doy gracias porque no he vivido una guerra. Por no tener que haber visto morir a mi padre, a mi marido o a mis hermanos.
Doy gracias porque no  he sido huérfana. Porque no he tenido que renunciar a mi infancia por criar a mis hermanos. Ni he perdido mi juventud siendo madre precoz.
Doy gracias porque nunca me ha faltado una educación y he podido acceder libremente a la información.

Gente como Abba Melaku, fiel reflejo de lo que tendría que ser el sentido de la vida. Dar, simplemente dar todo a los demás sin esperar más que un beso, un abrazo o un agradecimiento.

Pasear con él por las calles de Wukro se convierte en casi una procesión. Todos le saludan, todos le dan la mano y los críos le besan. Como él suele decir: "Aquí a poco que te expongas te llevas 200 besos".

Porque pensándolo tranquilamente, los besos deberían de ser la única moneda de cambio.

Besos como moneda, abrazos como céntimos. Y lo demás... lo demás sería más fácil.