viernes, 4 de marzo de 2011

Que mal me siento...

Cuando las lágrimas son de orgullo, pareciera que escuecen según salen por los ojos.

Cuando las lágrimas son de orgullo, duelen más. Resbalan por las mejillas y van dejando la piel en carne viva.

Cuando las lágrimas son de orgullo, no nos enseñan batallas perdidas, nos hacen más prepotentes. No nos vuelven humildes, nos hacen más pedantes.

De esas lágrimas he soltado yo unas cuantas este fin de semana, tanto que he perdido de vista el suelo y me he limitado a lamerme las heridas y a mirarme el ombligo.

Y así me hallaba yo el domingo hasta que mi madre de una bofetada me devolvió a la realidad e hizo que de golpe me sintiera tan miserable que deje de lamerme mi orgullo herido y comprendí que ando como descabezada por la vida y que no puedo seguir en este rumbo sin rumbo, en esta desidia que me invade y que nada bueno me trae.

Tan preocupada me hallaba que ni cuenta me di de que día era el domingo. Hacía un año que había muerto mi Oma y ni siquiera lo recordé. Ni cuenta me di cuando vi a mi padre que andaba como alma en pena. Tan pendiente estaba de mi misma que no percibí lo que pasaba a mi alrededor.

Nunca pensé que pudiera olvidarlo, pero lo hice y eso me dolió más que todas la negativas que me he llevado puestas este fin de semana, que ha sido de lecciones, una detrás de otra.

Empezaré diciendo que juzgué mal el amor infinito que Nestor tiene por Marta. Que yo no soy nadie para decir y menos juzgar con que ánimo y con que amor se presentaba delante de aquel altar. Tonta hubiera sido si no hubiera ido a su boda. Pensar que la manera de amar de Nestor no era la correcta, suponía por mi parte una prepotencia sin precedentes. No he visto boda más linda, amor mas tierno y mayor derroche de pasión. Marta plantada delante de todos abriendo su corazón y diciendo que se casaba más enamorada de lo que jamás hubiera imaginado. Ese niño emocionado junto con todo el “público”. Jamás vi emocionarse de esa forma a Nestor, ni a David, ni a Alvaro, ni a Jose...Y es que esa forma tan sincera de desnudarse delante de nosotros nos arrastró a todos a una llorera conjunta de la que yo por lo menos me siento agradecida, por haber sido participe.

Y de un mar de lágrimas por la mañana a un mar de lágrimas por la noche. Cuan diferentes han sido esas dos maneras de llorar. Bella la primera, orgullosa la segunda.

No se como, ni de que manera porque no lo recuerdo comencé a llorar. Tampoco recuerdo que dije para que él se emocionara también. Sé, porque me lo ha dicho, que le hice sentir mal por todo lo que solté por mi boca. Y es que puedo llegar a ser tan hiriente, tan cruel, y ya no cuento si encima voy ebria y no controlo lo que digo. Debí de decir todo lo que pienso realmente. Y ahora sobria hago el ejercicio de volver a ser sincera y repetir todo lo que creo que llegué a decir.

Siento, sé, que no le han querido jamás como se ha de querer a alguien. Cuando se ama, uno olvida su propio ser, deja de ser egoísta y la otra persona pasa a ser lo más importante. Cuando no sufres hasta que no ves sufrir. Cuando no lloras hasta que no ves llorar. Cuando no ríes hasta que no ves reír. Tu piel y tu alma ya no te pertenecen, son del otro. Cuando tu existencia es secundaria y lo más importante pasa a ser la vida y la esencia de la otra persona, entonces es cuando estas amando. Y eso no significa que dejes de ser tu mismo, lo que ocurre es que eres porque la otra persona te ama de la misma manera. ¿Qué sentido tiene el amor unidireccional? Ninguno.

“Ella no te quiere” le repetí una y otra vez, quizás queriendo decir que ella no le quiere como se debe querer. Y es que no puede ser que una persona no conozca en esta vida esa clase de amor, el que no es egoísta, el que no hiere, el que hace que todos los días sean el primer día del resto de tu vida.

Si alguien a quien por lo menos aprecias te dice directamente, sin dobleces, que no has querido, que no sabes querer y que además no te han querido jamás, es para echarse a llorar ciertamente. No se puede ser más cruel ni menos sensible. Pero sí, yo lo fui, y no puedo menos que pedir perdón, por haber dicho cosas tan hirientes. Lo que no puedo hacer es disculparme por pensarlas porque entonces sería una hipócrita conmigo misma.

Y después de haber dicho todo eso, después de haberme puesto en evidencia, no puedo hacer otra cosa que retirarme discretamente a lamerme mis heridas y tomar una decisión dura pero clara como el agua. No puede ser él, tengo que ser yo.

Me duele profundamente fallarle de esta manera, sumarme a la lista de personas que le han fallado. Pero no quiero sufrir. David, mi sabio amigo David, dice que tiendo a ser trágica, sobre todo escribiendo. Pero es que cuando escribo siento que soy capaz de plasmar lo profundo de lo que siento. Que cuando hablo tiendo a ser bastante superficial y quitar hierro a las cosas. Hacer de todo un chiste es demasiado fácil para mí. Pero cuando escribo es cuando realmente profundizo en lo que siento y en estos momentos no quiero sufrir.

Así que la decisión es que me retiro. ¿Egoísta? Si. Mucho. Pero siento que en este momento no puedo mirar más que por mi. No puedo hacer feliz a alguien que no quiere que le hagan feliz y siento además que si no puedo ser feliz yo misma, difícilmente puedo hacer feliz a nadie más.

Ahora me queda perdonarme a mi misma por haber sido tan egocéntrica y no haber estado ahí para los que realmente me necesitaban el domingo.

1 comentario:

  1. No había leído el blog hasta hoy. Ánimo, Sandrufli. Si te sirve de consuelo, recuerda que todos somos egoístas de alguna u otra manera, así que no te mortifiques demasiado.
    Nosce te ipsum.

    ResponderEliminar