sábado, 6 de marzo de 2010

Ni joyas, ni oro...a mi dame el corazón

Es curioso como marcan los recuerdos tu vida, sobre todo los de cuando eres más joven. Y por joven me refiero a cuando tienes la inocencia aun sin corromper.

Hay personas personas que jamás pierden esa inocencia o que cuando la vida los obliga a recordar, se vuelven de nuevo inocentes chiquillos ajenos a toda maldad y mal interpretaciones de la vida.
Pues ahí me coloco a mi la vida el miércoles por la mañana, en un momento justo que recuerdo con total nitidez.

Sonó mi móvil por la mañana y era mi madre. Estaba en casa de mi Oma. Estaban revisando las cosas de la abuela y para su sorpresa apareció uno de mis recuerdos guardados en una caja. Es un simple árbol genealógico que mi abuela tenía en su mesilla de noche cuando aun vivía en Holanda. He hecho una foto para que os hagais una idea. Falta precisamente la foto de mi madre que se ha extraviado.


Lo creía perdido en alguna mudanza, pero fue nombrarlo mi madre y de golpe volví a mi recuerdo. A mis seis años. Pelo corto, a lo chico, poco más de un metro de estatura, escuálida o tísica como diría mi madre, sentada en el suelo delante de la mesilla de noche de mi abuela jugando con el árbol. Me gustaba cambiar de sitio las fotografías.


Mi madre sabía lo que suponía para mí ese árbol, asi que lo salvo de que fuera tirado a la basura y me lo entregó por la tarde guardado en una caja de zapatos.

Volver a ver el árbol, fue como volver a ver a mi abuela. El me trae su recuerdo, su sonrisa, su pelo blanco, su paso corto pero seguro. Su "Sandri, ya has vuelto a descolocarme las fotos". Recordarla me reconforta y ahora que vuelvo a tener el árbol, es como tenerla a ella junto a mí.

Asi que, puede parecer que estoy como un cencerro, pero no he querido de mi abuela ni joyas, ni anillos de oro. Yo he elegido el corazón, me quedo con el recuerdo.

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