domingo, 11 de diciembre de 2011

9 de Diciembre de 2011

Hace días que no escribo nada. No es falta de ganas, es falta de tiempo. Pero hoy tengo que escribir, porque me lo pide el cuerpo pero sobre todo me lo pide el alma.

Para que os hagáis una idea de como me siento, deciros que tengo un ligero dolor en el pecho... Algo entre constante y punzante... Que el aire me llega con dificultad a los pulmones... y que me escuecen los ojos de la sal que llevan mis lágrimas.

Que egoístas podemos llegar a ser cuando consideramos que algo nos pertenece. Y que complicado puede llegar a ser prescindir de ello de forma consciente. Si os digo que parece que me hubieran metido la mano en el pecho y me hubieran estrujado el corazón, ¿os lo creeríais?

Cuando se ha sido tan egoísta que se ha llegado a deformar la realidad. Cuando te has creído tus propias mentiras y solo tu eres la principal engañada. Cuando te das cuenta que nadie se ha creído lo que tu si, ¿cómo das marcha atrás? ¿Cómo arreglo el agujero que tengo en el pecho?

Cuando salieron por mi boca las palabras que tantas veces mentalmente y en silencio había ensayado, no lloré. Creo que he llorado tantos días pensando en como decirle lo mucho que le quiero y lo mucho que le voy a echar de menos, que cuando finalmente se lo he dicho, no he vertido ni una sola de las lágrimas que ahora recorren mis mejillas al escribir estas líneas.

Callado se quedo. No supo que decirme. Pero el abrazo que me dio me lleno el alma de pena. Siempre le dije que no sabía abrazar, jaja, pero ahora reconozco que ha aprendido, el alumno a superado al maestro y encima le ha dado una lección. Ese abrazo me destrozó definitivamente.

Me alejo para no volver en mucho tiempo. Me alejo llena de amor y de pena. Me alejo con la sensación de perderle pero con la esperanza de que sea precisamente solo eso, una sensación. Me alejo pensando ya en regresar, pero regresar sanada. Regresar con la firmeza de darle lo que de verdad se merece, una amistad sincera, sin dobles lecturas, sin varas de medir distintas. Porque la mejor forma de quererle, es precisamente dejar de hacerlo.

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